Cuentan que el rey Ptolomeo I de Egipto, angustiado al verse desbordado para asimilar y entender los conceptos matemáticos de su tiempo, se dirigió al gran Euclides para preguntarle si no había otra forma más rápida de aprender geometría que no fuera mediante el lento y tortuoso estudio de los Elementos, el colosal tratado en el que Euclides recopiló en trece volúmenes el conocimiento de las matemáticas su época. Y el griego, tras mirar al rey con cierta complacencia, le respondió: «Majestad, no hay atajos reales para la Geometría». La anécdota, a todas luces apócrifa, sigue vigente como ejemplo de la tendencia de la naturaleza humana hacia la búsqueda de atajos.
Queremos perder peso sin hacer dieta ni deporte, aprender un idioma en una semana, dejar el tabaco de un día para otro, ganar dinero fácil jugando a la lotería… Es normal que nos atraiga pensar en la posibilidad de buscar estos atajos, ya que nos ofrecen el camino corto y sin esfuerzo para resolver nuestros problemas. Y por ese motivo, puede que algunos desaprensivos se aprovechen de ello. El caso más despreciable está en las falsas terapias que, aprovechándose de la desesperación causada por una enfermedad propia o la de un familiar, prometen la curación por la vía del «atajo», frente a los tratamientos basados en la evidencia, en ocasiones duros y dolorosos, de la medicina convencional.
Otro tipo de atajos con los que convivimos son los sesgos cognitivos. Se trata de unos patrones sistemáticos de desviación de la racionalidad en el juicio y se producen por la tendencia del cerebro humano a simplificar el procesamiento de la información a través de un filtro de experiencias previas y de creencias. Este proceso de filtrado, por decirlo de algún modo, es un mecanismo de supervivencia que nos permite priorizar y procesar rápidamente grandes cantidades de información. Aunque el mecanismo es eficaz y puede ser útil en una situación de peligro, nos puede causar errores de pensamiento. El concepto de sesgo cognitivo fue introducido en 1972 por los psicólogos israelíes Daniel Kahneman y Amos Tversky, considerados los padres de la economía conductual.
Hay muchos tipos de sesgos cognitivos. Tenemos el sesgo de anclaje, que se produce cuando confiamos demasiado en la primera información que recibimos al tomar una decisión. El sesgo de confirmación es la tendencia a buscar, interpretar o recordar información de forma que confirme nuestras creencias preexistentes. Por ejemplo, las personas que defienden o se oponen a un asunto en concreto, buscarán información para reforzar sus ideas previas y las recordarán reforzando este tipo de pensamiento selectivo. En el efecto de encuadre, la forma en la que se presenta la información afecta a cómo la interpretamos. Se han hecho experimentos sociales en los que se demuestra que si nos dicen que un producto está libre de grasa en un 98% tendrá más éxito que si nos dicen que tiene solo un 2% de grasa. El sesgo retrospectivo es la tendencia a interpretar acontecimientos pasados como más previsibles de lo que fueron en realidad. ‘A posteriori’, cualquier hecho insólito es fácilmente predecible. Y luego está el efecto halo, que se produce cuando la primera impresión que tenemos de alguien influye en lo que pensamos sobre su personalidad, estatus o comportamiento. Recuerden el dicho popular de que no existe una segunda oportunidad para causar una primera buena impresión. También tenemos al sesgo de la representatividad, que ocurre cuando juzgamos la probabilidad de un acontecimiento en función de su parecido con un prototipo que tenemos establecido previamente en nuestra mente.
Es importante ser conscientes de nuestros sesgos mentales para poder superarlos. Y podemos lograrlo mediante diversos métodos, como buscar perspectivas diferentes, cuestionar nuestras propias creencias e intentar replantear nuestro pensamiento de forma activa. Al reconocer y abordar estas trampas del pensamiento, mejoraremos nuestra capacidad para tomar decisiones y fortalecer nuestras relaciones con los demás. Pero somos más eficaces detectando los sesgos de los demás que los propios. Ténganlo en cuenta y no intente cambiar los sesgos de su suegra, suegro, cuñada o cuñado. Difícil tarea, soy consciente.
[Una versión de este artículo se publicó en el diario La Verdad, el 24/12/2022]
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