El 25 de marzo de 1726 se publica en la ciudad de Londres la tercera edición
del libro Philosophiæ
naturalis principia mathematica (conocido como los
Principia), del gran Isaac Newton, una de las obras más importantes,
revolucionarias e influyentes de la historia de la ciencia, por no decir la más importante. Se imprimieron 1250
copias, en total, cuidadosamente encuadernadas en piel de Marruecos. Y una de de estas copias llegó
dos décadas después a las manos de un joven e intrépido marino español, que permanecía apresado por
corsarios ingleses cuando participaba en una expedición científica, y que acabó
siendo nombrado miembro de pleno derecho de la Real Sociedad de Londres para el
Avance de la Ciencia Natural, la Royal Society. Su nombre, Antonio de Ulloa.
Antonio de Ulloa y de la Torre-Giralt
(Sevilla, 1716 – San Fernando, 1795) fue una de las figuras más destacadas de
la Ilustración española como escritor, científico y naturalista. Hijo del
aristócrata Bernardo de Ulloa, con solo catorce años se embarcó en el galeón San
Luis hacia las Antillas para regresar dos años más tarde al puerto de
Cádiz. Ingresa unos meses después en la recién creada Real Academia de Guardias
Marinas y en 1735 fue destinado, con diecinueve años y el rango de teniente de
fragata, como representante de la corona española junto a Jorge Juan y
Santacilia en la Misión geodésica francesa, una ambiciosa expedición
científica que pretendía medir un grado del arco de meridiano en el ecuador
terrestre.
El fin último de esta expedición era el de zanjar la discusión por la
forma de la Tierra que enfrentaba a la comunidad científica entre los newtonianos,
que sostenían la forma achatada por los polos, y los cartesianos (como
los franceses Piccard, La Hire y Cassini), que
decían que lo estaba por el ecuador.
En paralelo, se envió otra expedición a Laponia encabezada por el
astrónomo Pierre Louis Maupertuis y en la que participó activamente el
sueco Anders Celsius, creador de la escala de temperatura centígrada que
lleva su nombre. Y fue esta segunda expedición en las frías regiones del Ártico
la que demostró que la Tierra está achatada en los polos, dando la razón a los newtonianos.
El filósofo francés Voltaire, que estuvo muy atento al desarrollo de
estas misiones por el alcance científico y político, escribió: «Han confirmado
con mucha transpiración lo que Newton descubrió sin salir de su habitación».
Durante la expedición francesa en Perú de 1735, un marinero galo
descubrió casualmente unos nódulos de arcilla grisácea mientras caminaba por un
estuario y se lo entregó a Ulloa. En la arcilla se encontraban unos trozos de
un extraño metal plateado que ya era conocido desde tiempo atrás en América del
Sur. Ulloa se dio cuenta inmediatamente de que se encontraba delante de un
nuevo elemento metálico, el platino, y se le considera su descubridor, pero no
sin cierta polémica porque no llegó a aislarlo o a estudiar sus propiedades. El
joven teniente de fragata bautizó al metal como platina del Pinto
(«plata pequeña del río Pinto»), o simplemente platina, y fue posteriormente
el insigne químico británico Humphrey Davy el que le dio el nombre
definitivo con el que lo conocemos en la actualidad.
Pese al adelanto y el éxito de la misión en Laponia, los
resultados científicos de la expedición en Perú y Ecuador fueron muy
importantes y productivos para la ciencia del siglo XVIII. Se midió con más
exactitud el arco del meridiano, se hicieron medidas de la gravedad a varias
altitudes y se realizaron valiosas medidas de la velocidad del sonido.
En agosto de 1745, durante el viaje de regreso a España a bordo
de la fragata Délivrance, Antonio de Ulloa fue capturado por un navío
británico y enviado preso a Inglaterra. Se le incautó toda la documentación
científica que traía de su expedición y se la remitió a la Royal Society.
Varios miembros se interesaron por el trabajo de Ulloa, entre ellos se
encontraba el entonces presidente Martin Folkes, un brillante matemático
que fue nombrado vicepresidente por el mismísimo Isaac Newton en 1923. Folkes
entabló amistad con Ulloa en el proceso de recuperación de su trabajo requisado
y quedó asombrado con la recopilación de datos científicos en su década de
investigación en las Américas. Tanto es así, que Ulloa fue nombrado miembro de
la Royal Society en diciembre de 1746 en justicia con su trabajo y sus
descubrimientos. Un poco antes, a mitad de ese año de 1746, Martin Folkes le
regaló a su amigo sevillano un ejemplar de los Principia de Newton, en
su tercera edición, con la siguiente dedicatoria en un latín poco ortodoxo:
«Viro doctrina simul et moribus spectabili Dº Antonio de Ulloa, Hispalensi,
auspicatum in patriam reditum omniaque dein felicia ex animo precatur. Martinus
Folker, Regalis Societatis Londini Praeses, et Regia Scientiarum Academiae
Parisiensis Socies. 3º Eid. May Anno salutis reparatae M.DCCC.XLVI».
Ese ejemplar de los Principia se encuentra en la
actualidad en la Biblioteca de la Universidad de Sevilla y era uno de los seis
libros de Isaac Newton de la fabulosa biblioteca personal del gran Antonio de
Ulloa, el marino que leía a Newton.
Recordadlo cuando veáis su nombre en alguna calle o centro educativo de la región de Murcia. ;)