Viernes 16 de abril de 1943
«Me vi forzado a interrumpir mi trabajo en el laboratorio a media tarde y dirigirme a casa porque me sentí dominado por una sensación de intensa agitación y un ligero aturdimiento. Allí me tumbé y me hundí en una condición de intoxicación que no era desagradable, caracterizada por una imaginación extremadamente estimulada. En un estado de semiinconsciencia, con los ojos cerrados (la luz diurna me producía deslumbramiento), me asaltaron imágenes fantásticas de extraordinario realismo y con un intenso juego caleidoscópico de intensos colores. Al cabo de dos horas, aquel estado se disipó».
Esta cita pertenece al diario de laboratorio del químico suizo Albert Hofmann, que contrariamente a lo que se cree, no descubrió el LSD por casualidad, sino que fue el resultado de un proceso algo más complejo. El origen se sitúa en un trabajo anterior —fue sintetizado y aislado cinco años antes—, seguido de un largo trabajo de investigación y experimentación en donde, esta vez sí, una observación casual en forma de experiencia psicodélica culminó con el hallazgo de las propiedades psicoactivas que conocemos asociadas al LSD.
El 16 de abril de 1943 Hofmann tomó LSD, pero esta vez de manera intencionada, y la historia de su alucinante viaje en bici desde los laboratorios Sandoz hasta su casa por las calles de Basilea ha pasado a la cultura popular y la hemos leído en libros, visto en películas... Tal ha sido su influencia como anécdota que incluso el Día mundial de la bicicleta se celebra desde hace más de treinta años en conmemoración de aquel viaje a dos ruedas. Puede resultar algo contradictoria y extraña esta unión de una saludable actividad deportiva y ecológica como es la bici con el descubrimiento de una droga psicoactiva, pero es totalmente cierta y parece que nadie se escandaliza de ella, tal vez porque pocos conocen su origen.
El LSD es la dietilamida de ácido lisérgico y su abreviatura proviene del alemán Lyserg Säure-Diäthylamid. Le sigue el número 25 en muchos textos, pues ese era su número entre una serie de 26 derivados sintéticos que fueron aislados a partir del cornezuelo, nombre común del hongo Claviceps purpurea, y que eran los compuestos que Hofmann y su equipo estaban investigando cuando se descubrieron sus efectos.
El LSD-25 es una droga semisintética de efectos alucinógenos. Se metaboliza en su mayor parte en el hígado y su mecanismo de acción está relacionado con su estructura química, análoga a la del neurotransmisor serotonina, con la que interfiere en su propio metabolismo cerebral.
Los efectos y supuestos beneficios del LSD han sido muy polémicos desde su descubrimiento e introducción como droga de consumo, sobre todo durante las décadas de los sesenta y setenta del siglo pasado. Abundan las afirmaciones y testimonios sobre su inocuidad e incluso los beneficios para favorecer la creatividad artística de todo tipo, pero lo cierto es que los peligros reales superan a sus pretendidas bondades.
Basta recordar los efectos destructivos en famosos como Syd Barrett (Pink Floyd), cuyo consumo de LSD agravó sus problemas mentales llevándolo a la oscuridad de la esquizofrenia, y en tantos otros anónimos que acabaron con graves problemas psicológicos o incluso suicidándose durante un mal viaje.
En los años gloriosos del LSD fueron muchos los artistas, músicos, cineastas, escritores e intelectuales que flirtearon con las propiedades de esta droga, en parte animados por los escritores Timothy Leary y Aldous Huxley, los primeros apóstoles del consumo del LSD como medio de liberación de la mente.
El uso del LSD con una finalidad creativa se extendió por el mundo de la cultura y la contracultura de aquellos años con la promesa del éxtasis intelectual y el éxito. También en el mundo de la ciencia. Ya lo decía el matemático y divulgador Jacob Bronowski: «Los descubrimientos de la ciencia y las obras de arte son más que una exploración; son explosiones de velada semejanza», así que no debe extrañarnos que algunos científicos exploraran, o en este caso explotaran, esa ruleta rusa de la cordura que eran —y siguen siendo— las drogas psicodélicas.
Tampoco el genial físico Richard Feynman escapó al mito del LSD. Como cuenta en su libro autobiográfico ¿Está usted de broma Sr. Feynman?, fue invitado por el neurocientífico John C. Lilly, creador del tanque de aislamiento sensorial, para probar su invento y parece ser que Feynman necesitó algo de ayuda en forma de ketamina o LSD. En todo caso, el consumo de Feynman sería más de una forma lúdica que relacionado con su creación científica, que fue algo anterior a sus experiencias con las drogas.
Lo que sí está más documentado es que inventores como Douglas Engelbart, el creador del ratón de ordenador, o Steve Jobs, fundador de Apple, fueron consumidores habituales de LSD. De hecho, Jobs afirmó que su experiencia con LSD fue «una de las dos o tres cosas más importantes que he hecho en mi vida».
Desde aquella tarde en Suiza cuando Hofmann tuvo su viaje hasta la actualidad, el LSD y otras drogas psicodélicas han tenido sus luces —pocas— y sus sombras —muchas—, pero creer que con el atajo de las drogas se aceleran los descubrimientos científicos simplemente demuestra una tremenda ignorancia del proceso y la investigación científica actual.