El pasado domingo 18 de junio el periódico La Verdad de Murcia publicaba en su edición impresa un excelente reportaje titulado De vuelta a la cueva, firmado por el periodista especializado en sanidad y política social Javier Pérez Parra. Un artículo directo y sin equidistancias sobre el auge de las pseudociencias y pseudoterapias, del que os recomiendo su lectura.
Unos días antes, y sin haber leído este reportaje, me pidieron desde el periódico que si podía escribir un artículo de opinión sobre las pseudociencias en general y sus riesgos. Acepté encantado, cómo no.
El resultado lo tenéis a continuación. Como se puede comprobar, mi compañero de opinión es mi más que admirado divulgador y coordinador de la Unidad de Cultura Científica de la UMU Jose López Nicolás, cuya columna es para enmarcarla. Nadie como Jose con la valentía para azotar a la anticiencia, nadie como él para agitar las conciencias y decir las verdades a la cara. ¡Basta ya! Algo que lleva haciendo sin descanso los últimos años de forma pública. Gracias de nuevo.
Espero que os guste también mi artículo, con un enfoque distinto pero complementario. 800 palabras dan para lo que dan.
Salud, nunca mejor dicho.
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Actualización: Parece que no se ve bien la imagen. El artículo de Jose lo podéis leer aquí y el mío os lo transcribo a continuación:
«Las hay clásicas como la astrología, la ufología, el espiritismo, la telepatía, la videncia, el reiki o la homeopatía; de moda, como la terapia con ventosas (cupping), la dieta alcalina o la bioneuroemoción; surrealistas como la orinoterapia, cuyo nombre ya lo dice todo o incluso están las que afirman alegremente y sin fundamento que las vacunas causan autismo, olvidando que quizá, junto con la cloración del agua de consumo y los antibióticos, la vacunación sea uno de los inventos que más vidas ha salvado en la historia de la humanidad.
Pero todas comparten una denominación común: son las llamadas pseudociencias, o pseudoterapias cuando se postulan como alternativa a la medicina convencional. Se trata de conjuntos de creencias o tratamientos que se presentan con la intención de parecer científicos pero que en la realidad carecen de evidencia contrastable y no siguen el método científico. Realizan afirmaciones que pretenden producir conocimiento científico pero sin cumplir con las características asociadas con la ciencia y su metodología.
Somos crédulos por naturaleza. Desde la infancia aceptamos las advertencias que nos hacen nuestros padres o maestros sin cuestionar directamente la validez de las mismas. Si nos dicen que meter los dedos en un enchufe o comernos cualquier seta del campo es peligroso, nos lo creemos y no se nos ocurre aplicar la experimentación directa para comprobarlo. Nuestros ancestros del Paleolítico tenían más probabilidades de sobrevivir si estaban convencidos de que estaban expuestos a un peligro pese a que sus sentidos no lo detectaran. A lo largo de la evolución humana las creencias han permanecido como algo vital para la supervivencia, lo que nos ha dejado de forma residual y a nivel adaptativo un terreno fértil para el surgimiento de las pseudociencias. Siempre hemos sido presas fáciles.
La ciencia adquiere sus conocimientos siguiendo los pasos del método científico, que, en resumen podemos definirlo como aquel que se basa en la observación o detección de un fenómeno, su medición, la recopilación de datos y la repetición del experimento de forma independiente. Con los datos obtenidos se establece una hipótesis cuya validez se confirma o se rechaza de acuerdo a su capacidad de predecir los resultados de nuevos experimentos. Es la forma más objetiva que tenemos de conocer la realidad y en el que confiamos cada vez que cogemos un avión o abrimos una lata de conservas sin miedo a morir intoxicados. Y por el contrario, las pseudociencias basan su doctrina en anécdotas, evidencias imposibles de verificar, testimonios aislados sin ninguna fundamentación o ideas delirantes que contradicen las leyes de la química. Todas con el denominador común de ir siempre dirigidas a las emociones y la promesa de proporcionarnos algún beneficio físico o de complacencia espiritual, que no podemos adquirir por los medios convencionales.
Cuentan que el rey Ptolomeo I, angustiado por las dificultades que sufría al iniciarse en las Matemáticas, le preguntó al gran Euclides si no había otra forma más rápida de aprender Geometría que no fuera el estudio profundo de los trece volúmenes de sus Elementos. Y el sabio Euclides le respondió: «Majestad, no hay atajos reales para la Geometría».
Las pseudociencias nos prometen «atajos» para curarnos de enfermedades sin sufrir largos o duros tratamientos, para mejorar el rendimiento intelectual o deportivo con poco esfuerzo, para cambiar nuestro destino escrito en los cielos o en la palma de la mano, nos quieren hacer sentir especiales. En definitiva, nos ofrecen el camino corto y fácil para resolver nuestros pequeños o grandes problemas cotidianos, aprovechándose en algunas ocasiones de la desesperación y el sufrimiento.
Las afirmaciones extraordinarias de las pseudociencias requieren pruebas extraordinarias, parafraseando la famosa máxima atribuida al filósofo escocés David Hume y que popularizó doscientos años después el científico y divulgador Carl Sagan. Cuanto más extraña y asombrosa sea una afirmación o promesa, más contundente y evidente tiene que ser la prueba y no vale el mero testimonio o igualar el efecto placebo. Hay que convencer con pruebas.
Donde las pseudociencias producen el mayor daño es el ámbito de la salud. Es cierto que muchas de ellas no tienen efectos secundarios -porque no los tienen primarios- y los casos de enfermos que abandonan un tratamiento convencional por otro alternativo con el resultado de su muerte son por desgracia cada vez más frecuentes.
En las últimas semanas hemos leído que la Organización Médica Colegial de España ha denunciado un centenar de webs a la Fiscalía General del Estado por promover falsas terapias, la Real Academia Nacional de Farmacia se ha pronunciado tajantemente (¡ya era hora!) sobre la ineficacia y el riesgo de la homeopatía, el reiki ha sido expulsado de los hospitales públicos por la Consejería de Sanidad de Madrid… Parece que algo se está moviendo pero queda mucho trabajo por hacer.
Cuestiónese todo, pida pruebas, y no crea en los «atajos». El mundo real no funciona así.»
Se puede explicar más alto pero no más claro. Impagable. Bravo
ResponderEliminarJPP es el "periodista" del régimen encargado de desinformar según se le indique desde arriba. Os recomiendo leer sus noticias, tan llenas de poca objetividad como este comentario.
ResponderEliminarBuenas Dani, me ha parecido interesantísimo el tema de las pseudociencias y he aprendido mucho. Me parece alucinante como hay gente que se opone a vacunar a sus hijos por tal de no utilizar la medicina convencional, que como tú bien dices, es la única que sigue los pasos del método científico y por lo tanto la más válida. Estoy de acuerdo en que estos tipos de prácticas a veces hasta empeoran la situación del paciente. Te agradezco que divulgues estos temas y ojalá todo el mundo se lea este artículo, aporta mucho al conocimiento humano.
ResponderEliminarasasad
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