Chucknorium | Fuente |
Al grano. ¿Cuál es tu elemento químico favorito? Una pregunta un tanto friki, pero que ya se veía venir cuando planteé aquel ¿Cuál es tu reacción química favorita? hace algunos meses. Se trata de que me contéis -venga, ¡animaros!- en los comentarios cuál es el elemento químico de la tabla periódica, se admiten isótopos (ayudita), que más gracia os hace. Puede ser el primero que aprendiste o el primero que te hayas comido o bebido. O el más sorprendente, feo, chulo o el que te dé la gana. No importa, decidme un elemento y el porqué. Comienzo yo.
Reconozco que he dudado. Mi primera apuesta era para el mercurio, un metal que me asombró la primera vez que lo vi -lo vendían en un mercadillo donde me llevaban mis padres de pequeño- y quedé bastante impresionado por el comportamiento y brillo de ese metal líquido tan fascinante. Sí, he visto cosas que vosotros no creeríais: mercurio líquido a la venta en mercadillos.
Pero ejercitando la nostalgia, otro elemento ha venido a mi memoria en forma de imprevista magdalena proustiana para ocupar los recuerdos del misterioso mercurio. Y en este caso, la barbarie de una preadolescencia lúdico-científica-veraniega, por decirlo de alguna manera, ha ganado.
Mi elemento químico favorito es el sodio (Na). Este metal alcalino de color blanco lo descubrí hace muchos años, cuando un amigo mío de la playa me lo enseñó cual piedra filosofal, protegido dentro de un mágico recipiente de vidrio de color ámbar. -Si lo echamos al agua, explota- me advirtió.
Mi buen amigo había sustraído (imagino que el delito ha prescrito tras treinta años) una gran cantidad de sodio de su colegio de pago. Os aseguro que en mi colegio público, del que guardo un grato recuerdo, no había ni siquiera un laboratorio; peor aún, ni una miserable tabla periódica en la pared, pero al parecer había otra vida, colegios con sodio en laboratorios, microscopios y otras lindezas como drogas y más marranadas. Pues bien, durante ese verano nos dedicamos a ir racionando los 200 o 300 gramos de sodio metálico del que disponíamos y procuramos darle el mejor y más útil uso posible, aquel destino final que merecía tras su nacimiento en una celda de Downs: mezclarlo con agua.
Todos conocemos a estas alturas la reacción del sodio con el agua. Os podéis imaginar a dos mentes calenturientas en las interminables horas de siesta veraniega..., piscinas, depósitos de agua no potable, la playa... Sobran los comentarios.
Nadie resultó herido, por suerte, o más que por suerte porque no éramos tontos. Y si pensáis que la vocación por la química vino tras esas explosivas experiencias, os equivocáis de pleno, y eso que ese verano creo que fue el que devoré Mi familia y otros animales de Gerald Durrell y algún libro de Asimov. Pero esa es otra historia. :-)