lunes, 27 de febrero de 2012

Reacciones químicas [Extracto del libro 'Química imaginada' de Roald Hoffmann]


«Reacciones químicas. Regresamos a la parte de la definición de química que ha sobrevivido desde tiempos medievales hasta ahora: la química es cambio. Mientras los átomos en una molécula mantienen su asociación unos con otros, la aplicación de energía: calor, luz, electricidad, puede inducir cambios. A partir de colisiones en aquella bulliciosa pista de baile, emergen reagrupamientos, nuevas asociaciones de átomos, nuevas moléculas (...)

¿Cuál es el mecanismo de reacción, la secuencia de reacciones elementales que, tomadas en conjunto, forman el proceso que observamos?

Sture Forsén, químico sueco, ha escrito:
El problema que enfrentan los científicos se ha comparado con el de un espectador de una versión muy abreviada de un drama clásico, Hamlet, digamos, donde él o ella presencia únicamente las escenas del primer acto y la última escena del final. Los personajes principales son presentados, luego la cortina cae para cambiar el escenario y cuando se levanta, vemos en el piso del escenario una gran cantidad de cadáveres y unos cuantos sobrevivientes. No es una tarea fácil, para aquel que no tiene experiencia, descifrar lo que ocurrió en medio.
(...)
Hay formas de conocer las entrañas sin verlas. Los químicos son buenos en esto.»

Fuente: Química imaginada, un texto de ensayos y poemas del Nobel de Química Roald Hoffmann
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NOTA: Esta entrada participa en la XII Edición del Carnaval de la Química que organiza este mes el blog  Historias con mucha química (como todas). 

viernes, 24 de febrero de 2012

Intermediario [Poema de Roald Hoffmann]


Fritz Haber
inventó un catalizador para extraer kilómetros cúbicos
de nitrógeno del aire. Fijó el gas con fragmentos
de hierro; fábricas alemanas siguieron
en tropel, produciendo toneladas de amoniaco

y fertilizantes, meses antes que las vías marítimas
al salitre chileno y al guano fueran cortadas,
justo a tiempo para acumular existencias de pólvora,
explosivos para la Gran Guerra. Haber sabía cómo trabajaban

los catalizadores, que un catalizador no es inocente, que
se involucra para allanar una cima o socavar
una loma crítica, o que, extendiendo sus brazos
moleculares a los socios, en las más difíciles

etapas de la reacción, los acerca, facilita
la deseada formación y ruptura de enlaces.
El catalizador, renacido, se levanta otra vez
a su celestineo; una libra barata del bruñido hierro

de Haber podría producir un millón de libras
de amoniaco. El Consejero Privado Haber del Káiser
Wilhem Institute se veía a sí mismo como un catalizador
para terminar la guerra; sus armas químicas
llevarían la victoria en las trincheras; quemaduras
y pulmones calcinados eran mejor que las balas
dum-dum, la metralla. Cuando sus hombres abrieron
los tanques de cloro, y un gas verde se volcó

al amanecer sobre el campo de Ypres, cuidadosamente
tomó notas, olvidó las tristes cartas de su esposa.
Después de la guerra, Fritz Haber en Berlín soñó
con mercurio y azufre, el trabajo de los alquimistas

apresurando al mundo, transformándose a sí mismos.
Se preguntó cómo podría extraer los millones
de átomos de oro de cada litro de agua
trasmutando el océano en lingotes apilados

contra la deuda de guerra alemana. Y el mundo, bueno,
estaba cambiando; en Munich uno podía oír
las botas de los camisas pardas, uno pagaba
miles de marcos por una comida. Un catalizador de nuevo,

eso es lo que encontraría y encontró –él mismo,
en Basilea, la ciudad extranjera en las riberas
de su Rin, ahí se encontró a sí mismo, el consejero
Haber, protestante, ahora el judío Haber, un hombre
Cambiado y moribundo, en la ciudad del astuto Paracelso.


Poesía extraída del libro Química imaginada, un texto de ensayos y poemas del Nobel de Química Roald Hoffmann, con prólogo de Carl Sagan e ilustraciones de Vivian Torrence.
Más sobre la vida de Fritz Haber: aquí
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NOTA: Esta entrada participa en la XII Edición del Carnaval de la Química que organiza este mes el blog  Historias con mucha química (como todas).

jueves, 16 de febrero de 2012

Los avances de la química [Libro]

Todo es química. Todo. Incluso una magdalena.

Este año he intentado comenzar con un buen ritmo de lectura, principalmente relacionada con la divulgación científica, mi hobby. Pero siendo sincero no espero -aunque lo intentaré como sea- llegar a la más que aceptable cifra del 2011. Por el momento llevo ya seis libros leídos (no me quejo) y tengo por delante una interminable lista de pendientes que me miran ansiosos desde la estantería de mi biblioteca esperando su turno. Si tengo tiempo haré una reseña de cada uno de ellos, porque si se me permite la licencia de parafrasear a Haruki Murakami en De qué hablo cuando hablo de correr: «Escribir honestamente sobre el hecho de leer (correr para Murakami) es también, en cierta medida, escribir honestamente sobre mí.»

El caso, rollos aparte, es que el pasado fin de semana, en una inesperada tarde sin niños, devoré de un tirón el libro Los avances de la química de Bernardo Herradón. Y me gustó. En 140 páginas Bernardo ha conseguido acompañar el café de la sobremesa de un frío sábado..., con una magdalena (de las de marca Proust). Con esa sensación me quedé en cuanto lo terminé. Con un sentimiento de lúcida nostalgia que me trasladó en el tiempo hacia aquellos años de adolescencia en los que el aprendizaje de la química, y la historia de aquellas leyendas que la forjaron hacia la modernidad, representaba para mí una actividad estimulante y adornaban mi imaginación.

Porque el libro Los avances de la química es un fantástico resumen sobre la «gran desconocida de las ciencias naturales», como bien la define el autor en las primeras páginas del libro. Un viaje que comienza con el justo y merecido encuadre de esta ciencia, nos traslada a la historia de la química a través de quienes la hicieron posible, para a continuación recordarnos algunos conceptos básicos (que siempre vienen bien), siguiendo con las perspectivas de futuro de esta disciplina, para terminar con una cronológica enumeración de algunos de los avances de los últimos dos siglos que han hecho de nuestro mundo un lugar un poco mejor para vivir.


Es cierto que la química ha tenido infames y cuestionables aplicaciones, pero no lo olvidemos, fuimos nosotros los infames, no la ciencia.


Termino con una definición de la química que he leído en el libro y me ha gustado especialmente: 

«La química es como el arte. Por ambos caminos obtienes cosas. Con la química puedes cambiar el orden de los átomos y crear realidades que no existían.»      -Jean Marie Lehn, Nobel de Química en 1987-

En definitiva, un libro muy recomendable para aficionados, iniciados y neófitos que te deja con ganas de mucho más. Ya sabemos las limitaciones de 140 páginas o 140 carácteres. ;-)


Bernardo, gracias por la magdalena. :-)

NOTA 1: La bibliografía del libro es extensa y se nota que ha sido cuidadosamente elegida. Aunque he leído alguna de las referencias, ya tengo más deberes. Se agradecen las referencias a sitios web de interés, en especial me agrada ver citado el blog del Búho, azote de quimifóbicos.

NOTA 2: A Bernardo Herradón (@QuimicaSociedad) se le puede encontrar en multitud de sitios en su faceta divulgadora, en su blog, su otro blog, otro más, dando charlas y cursos por doquier, es colaborador del programa A hombros de gigantes de RNE, fue comisario general de la exposición Entre moléculas, escribe en Journal of Feelsynapsis, administra varias cuentas de Twitter y FB relacionadas con la divulgación de la química, etc... etc. Ah, y por si fuera poco es investigador del Instituto de Química Orgánica General del CSIC, del que fue director, vocal del Foro Química y Sociedad y editor general de la Real Sociedad Española de Química. [Yo lo he visto, y es de carne y hueso :P]

NOTA 3: Esta entrada participa en la XII Edición del Carnaval de la Química que organiza este mes el blog  Historias con mucha química (como todas).

martes, 14 de febrero de 2012

El corazón delator [Animación, 1953]

Como hoy es San Valentín, aquí va una de corazones :-P

Narración con la voz de James Mason, para el atemporal relato de Edgar Allan Poe. Una joyita, vaya.

lunes, 6 de febrero de 2012

De químico a químico [Relato corto de Isaac Asimov]


Publicado en mayo de 1970 en la revista Ellery Queen's Mistery Magazine con el título inicial A Problem of Numbers, «As Chemist to Chemist» (renombrado así posteriormente) es un original relato de Isaac Asimov muy poco conocido.

¿Por qué lo traigo hoy a Ese punto azul pálido? Pues porque merece la pena leerlo -como en general toda obra de Asimov-, y en particular, por la épica frase con la que termina. No te la pierdas, es carne de camiseta nerd ;-)
DE QUÍMICO A QUÍMICO | -Isaac Asimov-
El profesor Neddring contempló benévolamente a su estudiante graduado y no vio en él el menor nerviosismo. El joven estaba tranquilamente sentado; su cabello era un poco rojizo y sus ojos ávidos, pero atemperados; llevaba las manos en los bolsillos de su bata de laboratorio.
"Un espécimen prometedor", pensó el profesor.
  Hacía tiempo que sabía que el joven estaba interesado por su hija. Más aún, hacía algún tiempo que sabía que su hija estaba interesada por el joven.
 — Hablemos claro, Hal —dijo el profesor—. Has venido a verme para obtener mi aprobación antes de declararte a mi hija, ¿verdad?
 — Verdad, señor —asintió Hal.
 — Concedo que no soy uno de esos padres anticuados, ni tampoco demasiado moderno, pero estoy seguro de que no se trata de una novedad —el profesor metió las manos en los bolsillos de su bata y se retrepó en su sillón—. La juventud, hoy día, no suele pedir permiso. Y no me irás a decir que renunciarás a mi hija si te niego ese permiso.
 — No, si ella todavía quiere casarse conmigo, como supongo. Pero me gustaría...
 — ... Conseguir mi aprobación. ¿Por qué?
 — Por diversos motivos prácticos. Aún no tengo el grado de doctor y no quiero que se murmure que salgo con su hija para que usted me ayude a obtenerlo. Si usted piensa esto, dígalo con claridad, y tal vez aguardaré hasta que me haya graduado. O tal vez no aguardaré, y correré el albur de que su desaprobación haga más difícil para mí conseguir el diploma.
 — O sea que, en beneficio de tu doctorado, opinas que sería mejor que tú y yo fuésemos amigos.
 — Honradamente, sí, profesor.
 Hubo un silencio entre ambos. El profesor Neddring meditaba en el asunto con cierta vacilación. Su labor investigadora se refería actualmente a la compleja coordinación del cromo, y existía una dificultad bien definida en reflexionar con precisión respecto a algo tan impreciso como el afecto, el matrimonio, y el futuro probable de cada uno de los implicados en el asunto.
Se frotó su suave mejilla (a la edad de cincuenta años era demasiado viejo para lucir alguna de las barbas adoptadas por los miembros jóvenes de su Departamento), y murmuró:
 — Bien, Hal, si deseas saber cuál es mi decisión, tendré que basarla en algo, y la única forma en que yo puedo juzgar a la gente es por medio de sus poderes de razonar. Mi hija te juzga a su manera, pero yo he de juzgarte a la mía.
 — Es justo —aprobó Hal.
 — Entonces te lo explicaré —el profesor se inclinó hacia delante y garabateó algo en un papel—. Dime qué significa esto y te daré mi bendición.
 Hal cogió el papel. Lo que había escrito el profesor era una serie de números: 69663717263376833047.
 — ¿Un criptograma? —se extrañó el joven.
 — Puedes llamarlo así.
 — Quiere que resuelva un criptograma —dijo Hal frunciendo el ceño levemente—, y si lo consigo, aprobará mi matrimonio, ¿eh?
 —Sí.
 Y en caso contrario, no aprobará el matrimonio.
 — Reconozco que parece trivial, pero por este criterio pienso juzgarte. Claro que siempre podrás casarte sin mi aprobación. Jamce es mayor de edad.
 — Prefiero casarme con su aprobación. ¿Cuanto tiempo tengo?.
 — Ninguno. ¡La solución ahora mismo! Razónala.
 — ¿Ahora?
 — Claro.
 Hal Nord cambió de postura en su silla, que crujió en respuesta. Luego, miró fijamente los números del papel.
 — ¿He de hacerlo de memoria o puedo usar papel y lápiz'
 — Dé memoria. Quiero oír cómo piensas. ¿Quién sabe? Si me gusta tu forma de pensar, tal vez te dé mi aprobación aunque no resuelvas el enigma.
 — De acuerdo —-conformóse Hal—. En primer lugar, haré una suposición: supongo que usted es un hombre honrado y que no me propondría un problema que supiese por anticipado que yo soy incapaz de solucionarlo. Por tanto, este criptograma yo puedo solucionarlo, según cree usted. Lo que a su vez significa que se refiere a algo que yo conozco bien.
 — Bien razonado —admitió el profesor.
 Pero Hall no le escuchaba y continuó con lentitud.
 — Naturalmente, conozco bien el alfabeto, de manera que estos números podrían ser una sustitución de algunas letras. Presumiblemente debería de existir, en este caso, alguna sutileza, si no, sena demasiado fácil. Pero soy un aficionado a la solución de criptogramas y a menos que pueda adivinar rápidamente cierta pauta en los números aquí escritos, estaré perdido. Bien, aquí hay cinco seises y cinco treses, pero ni un solo cinco... lo cual no significa nada para mí. Por tanto, abandono la posibilidad de un cifrado generalizado y paso al campo de nuestra especialización.
 Meditó unos momentos y reanudó sus deducciones.
 — Usted está especializado en química inorgánica que, ciertamente, también será mi especialización. Para cualquier químico los números se refieren a números atómicos. Todos los elementos quimicos poseen su número característico y se conocen ciento cuatro elementos, o sea que los números relacionados con los átomos van del 1 al 104.
 "Usted no indica cómo han de separarse los números. Los números dígitos, dentro de los atómicos, van del 1 al 9; los pares dígitos, del 10 al 99, y los tríos de dígitos del 100 al 104. Esto es obvio, profesor, pero usted quería oírme razonar y es lo que estoy haciendo.
 "Podemos olvidarnos de los números atómicos de tres dígitos, puesto que en ellos el 1 va siempre seguido de un cero, y el único 1 del criptograma va seguido del 7. Como hay pues, veinte números dígitos, es posible que sólo se trate aquí de diez números atómicos de dos dígitos: diez de ellos. Podría tratarse de nueve pares de dígitos y dos de uno, aunque lo dudo. Incluso dos números atómicos de un dígito podrían estar presentes en centenares de combinaciones diferentes en la lista de elementos, pero sería una solución demasiado difícil para encontrarla ahora. Yo creo, por consiguiente, que estoy tratando con diez dígitos de dos plazas, y que el criptograma puede convertirse en: 69, 66, 37, 17, 26, 33, 76, 83, 30, 47. Estos números no significan nada en sí mismos, pero si se trata de números atómicos ¿por qué no transformar cada uno en el nombre del elemento que representan? Los nombres sí serían significativos. Lo cual no es muy fácil porque no sé de memoria toda la lista de elementos por el orden atómico. ¿Puedo consultar una tabla?
 El profesor le escuchaba con interés.
 — Yo no consulté nada para preparar este criptograma.
 — De acuerdo. Veamos... —murmuró Hal lentamente—. Algunos son claros. Sé que el 17 es el cloro, el 26 el hierro, el 83 el bismuto, el 30 el cinc. En cuanto al 76, es algo cercano al oro, que es el 79, lo que significa platino, osmio, iridio... podría ser el osmio. Dos de ellos son elementos raros y jamás he logrado memorizarlos. Veamos... veamos... Ah, sí, creo que ya los tengo.
Escribió algo con rapidez y prosiguió:
— La lista de diez elementos es: tulio, disprosio, rubidio, cloro, hierro, arsénico, osmio, bismuto, cinc y plata. ¿No es así? No, no conteste.
 Estudió la lista pensativamente.
 — No veo ninguna relación entre esos elementos. Aunque supongo que son una pista. Bien, pasemos esto por alto y me pregunto si hay algo, aparte del número atómico, que sea tan característico de esos elementos que cualquier químico lo vea interesante. Obviamente, debe tratarse del símbolo químico, la abreviatura con una o dos letras para cada elemento, que para el químico es como la segunda naturaleza del elemento. En este caso, la lista de símbolos químicos es... —volvió a escribir—. Tm, Di, Rb, Cl, Fe, As, Os, Bi, Zn, Ag.
 "Esto podría formar una frase, mas no es así; o sea que se trata de algo más sutil. Si con esto se hace un acróstico y se lee sólo la primera letra de cada símbolo, tampoco sirve de nada. Por tanto, hay que probar de otro modo, o sea leyendo la segunda letra de cada símbolo por orden... y el total dice: "mi bendición (1)". Supongo que ésta es la solución.
 — Exacto —asintió el profesor con gravedad—. Has razonado con precisión y te concedo mi permiso para que le propongas a mi hija el casamiento.
Hal se puso de pie, vaciló y se acercó de nuevo a la mesa.
 — Por otra parte, no me gusta alabarme de algo que no merezco. Es posible que el razonamiento que he efectuado sea preciso, pero solamente lo hice porque quería que usted me oyese razonar con lógica. En realidad, conocía la respuesta antes de empezar, de modo que en cierto modo le engañé y lo admito sinceramente.
 — ¿Cómo es eso?
 — Bueno, usted me aprecia y supongo que deseaba que encontrase la solución, cosa que jamás podría hacer sin su ayuda. Cuando me entregó el papel, me dijo: "Dime qué significa esto y te daré mi bendición". Supuse, pues, que debía tomar sus palabras al pie de la letra. "Mi bendición" tiene diez letras (2) y usted me entregó veinte dígitos. Naturalmente, yo los separé por parejas.
"Luego, le dije que no recordaba de memoria la lista de los elementos. Bien, los pocos elementos que recordaba eran suficientes para mostrarme que, juntando las segundas letras de cada símbolo, la frase resultante era "mi bendición", de manera que logré añadir los símbolos que no recordaba de acuerdo con las letras que faltaban para formar la frase "mi bendición". ¿Está enfadado conmigo?
 El profesor Neddring sonrió.
 — Ahora es cuando has razonado bien, muchacho —dijo— Cualquier científico competente puede pensar con lógica. Los grandes se sirven de la intuición.

(1) Naturalmente, el criptograma del doctor Asimov debe entenderse con referencia al idioma inglés, en el que la palabra "bendición" es blessing, y "mi", es my. (N. del T.)
(2) Remitimos al lector a la nota anterior.
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NOTA: Esta entrada participa en la XII Edición del Carnaval de la Química que organiza este mes el recién aterrizado blog de divulgación Historias con mucha química, el nuevo (y muy recomendable) proyecto de María Docavo.

miércoles, 1 de febrero de 2012

La ciencia: sorpresa y delicia [Extracto del libro 'El mundo y sus demonios' de Carl Sagan]

Newton | William Blake (Fuente)
 "El místico William Blake miró fijamente al sol y vio ángeles, mientras otros, más mundanos, «sólo percibían un objeto de las medidas y el color de una guinea dorada». ¿Vio Blake realmente ángeles en el sol, o era un error perceptual o cognitivo? No conozco ninguna fotografía del Sol que muestre nada de este tipo. ¿Vio Blake lo que la cámara y el telescopio no pueden ver? ¿O la explicación se encuentra dentro de la cabeza de Blake mucho más que fuera? ¿Y no es la verdadera naturaleza del Sol, tal como la revela la ciencia moderna, mucho más maravillosa: no meros ángeles o monedas de oro, sino una enorme esfera en la que pueden caber un millón de Tierras, en el centro de la cual se fusionan núcleos de átomos, el hidrógeno transformado en helio, la energía latente en el hidrógeno durante miles de millones de años liberada, la Tierra y otros planetas calentados e iluminados, y el mismo proceso repetido cuatrocientos mil millones de veces en alguna otra parte de la galaxia de la Vía Láctea? Los proyectos, instrucciones detalladas y órdenes de trabajo para construir una persona desde la nada ocuparían unos mil volúmenes de enciclopedia si se escribieran en inglés. Sin embargo, cada célula de nuestro cuerpo contiene una serie de esas enciclopedias. Un quasar está tan lejos que la luz que vemos empezó su viaje intergaláctico antes de que se formara la Tierra. Toda persona de la Tierra desciende de los mismos antepasados no del todo humanos del este de África hace algunos millones de años, lo que nos hace a todos primos.
 
Siempre que pienso en alguno de estos descubrimientos siento un escalofrío de entusiasmo. Se me acelera el corazón. No puedo evitarlo. La ciencia es una sorpresa y una delicia. Reconozco mi sorpresa cada vez que una nave espacial sobrevuela un nuevo mundo. Los científicos planetarios se preguntan a sí mismos: «Oh, ¿es así? ¿Cómo no se nos ocurrió?» Pero la naturaleza siempre es más sutil, más compleja, más elegante de lo que somos capaces de imaginar. Lo que es sorprendente, dadas nuestras limitaciones manifiestas, es que hayamos sido capaces de penetrar tanto en los secretos de la naturaleza.
 

Casi todos los científicos, en un momento de descubrimiento o comprensión súbita, han experimentado un asombro reverencial. La ciencia —la ciencia pura, no con alguna aplicación práctica sino por ella misma— es un asunto profundamente emocional para los que la practican, como lo es también para los no científicos que de vez en cuando se zambullen en ella con el fin de saber qué se ha descubierto recientemente."
                            -El mundo y sus demonios, Carl Sagan (1997)-